Del dolor al placer: Redescubrir la alegría tras una relación tóxica
Del dolor al placer: Redescubrir la alegría tras una relación tóxica
En una de las largas conversaciones que tengo a menudo con gente a la que quiero, salió a relucir el tema de qué sucede después de haber pasado por una o más relaciones tóxicas. Y es que el impacto en la salud mental que tienen estas relaciones es tan grande que pueden hacer que nos sintamos inseguros, ansiosos y deprimidos. Cuando estamos en una relación tóxica, podemos sentir que caminamos entre rosales en otoño: no nos damos cuenta, pero ya no andamos entre floreshermosas, sino entre lo que queda de ellas; ya no queda lo colorido ni lo hermoso, lo único que se mantiene y es más duro y hace más daño… son sus espinas.
Como no quiero perder la costumbre de sentirme escritor voy a contarles mi percepción del asunto a través de una historia que, como casi todo lo que escribo, es una tergiversación de la realidad.
La historia de Carmen
Carmen era la hija única de una relación de más de 30 años de casados. Sus padres habían estado locamente enamorados: era un amor de esos en los que se ríe juntos, se toma de la mano para ir a cada sitio y se hace el amor hasta el cansancio. Un día la llama se apagó y lejos de buscar la felicidad en otro cuerpo, en otra alma, se comprometieron a marchitarse juntos para siempre, a pesar de que las risas se hubiesen convertido en discusiones, que sus manos a penas se tocaran y que las largas horas de sexo se sustituyeran por dolores de cabeza para evitar el roce de una piel que parecía ajena.
Carmen fue el fruto de un embarazo deseado, aunque cuando nació, a su padre le invadió la tristeza de no tener con quien jugar al fútbol “de verdad”. Fue creciendo y sus padres la querían, aunque jamás supieron demostrarlo.
Un día, cuando tenía apenas siete años, llegó a casa con un dibujo que había hecho en el colegio. Orgullosa de su creación fue corriendo a donde su padre para que la observara.
- ¿Has pintado un sol azul? - recriminó este en cuanto tuvo la cartulina en sus manos. - ¡María, ven y mira lo que ha hecho tu hija! Gritó entre carcajadas.
En el cole el dibujo de Carmen había sido el más aclamado por todos, la casa, le había dado un baño de realidad. Ese día aprendió a guardar sus logros y sus sentimientos para sí misma. Ese día también le hizo pensar que sin importar lo que la gente dijera, ella no era lo suficientemente buena.
Carmen creció y mientras buscaba el amor la vida la llevó a parejas que la sumergían en relaciones tóxicas y se aprovechaban de su vulnerabilidad y baja autoestima. A lo largo de los años y como ya era costumbre, sufrió en silencio, convenciéndose a sí misma de que no merecía algo mejor. Así fue como Carmen llegó a Andrés quien mientras intentaba seducirla le dibujaba un camino de rosas. Con los años Andrés mostró su lado narcisista y controlador: Se ponía como una fiera si alguien la miraba o si ella era amable con otros hombres. Otras veces la comparaba con las mujeres de sus amigos, haciéndola sentir menos inteligente, menos capaz, menos hermosa. Carmen se percibía pequeña e insignificante, por lo que siguió callada, como siempre lo había hecho.
Un día apareció Miguel. Miguel era un hombre cariñoso, amable, educado. Velaba por Carmen y Carmen a pesar de quererlo, de sus palabras creía la mitad, se había convencido de que las palabras de los hombres no valían nada y de que al final todos terminaban destiñéndose. Pasaron los meses y Miguel seguía siendo igual de atento, igual de cariñoso, igual de amable. Al cumplir un año Miguel le preparó una cena sorpresa y Carmen no pudo evitar sentir desconfianza y miedo. “¿Por qué a mí?” “¿Por qué yo?” se preguntaba mientras se convencía de que alguna razón oculta tendría que haber detrás de ese gesto.
Y aquí voy a parar la historia de Carmen. No puedo asegurar si vivieron felices para siempre o no; eso ahora no importa. Lo que importa es el consejo que tengo para ti, que puedes ser una Carmen en medio de una relación, que más que una relación es una jaula. Es esencial que aprendas a reconocer los signos de una convivencia tóxica y tomar medidas para ponerle fin. Puedes sentirte enamorada, dependiente o simplemente agotada de batallar contra la vida; pero el daño que provoca la manipulación emocional, el abuso verbal y el comportamiento controlador se va acentuando con el tiempo. Si estás en una relación tóxica, es importante que busques la ayuda de tus seres queridos o de un terapeuta. Ellos pueden proporcionarte el apoyo emocional y la orientación que necesita para hacer los cambios necesarios en tu vida.
Una vez fuera, si te suceden cosas buenas no te preguntes “¿Por qué a mí?”, no seas como Carmen. Entiende que en el mundo como hay personas malas, también las hay buenas. Después de una relación tóxica necesitamos volver a conectarnos con nuestras emociones y aprender a comunicar nuestros sentimientos de nuevo. Las relaciones posesivas, controladoras y agresivas nos marchitan; nos convierten en una peor versión de lo que éramos. Al enfrentar nuestros miedos y aprender a revalorarnos rompemos el ciclo de relaciones tóxicas y encontramos la plenitud que siempre hemos buscado.
¿Qué si es difícil? Sí, no te voy a mentir; cuesta confiar porque la traición y la decepción duelen; pero toca volver a empezar: no vas a poder volar si tú misma te cortas las alas.